lunes, 30 de abril de 2012

LA FUERZA DE UN GRAN IDEAL

Cada joven debe proponerse algún ideal grande para su vida, y le debe parecer indigno quedar en la fila de los hombres mediocres. Fíjate tú también algún ideal elevado, no te apartes nunca de él y aplica todas tus fuerzas a realizarlo. No digo que dentro de algunos meses, ni siquiera dentro de algunos años alcances realmente tu ideal. Hasta podría darse el caso de que nunca lo alcanzaras. Pero no importa. Con la reconcentración de nuestros pensamientos y de nuestros planes, sin duda nos acercaremos al fin que en un comienzo nos parecía inabordable. Quien se propone con todas sus energías conseguir un objetivo elevado, descubrirá en sí, día tras día, nuevas fuerzas, cuya existencia ni siquiera sospechaba.

Cuánto puede soportar el cuerpo humano, nos lo han demostrado las increíbles privaciones de las trincheras en la guerra. Así también, si te lanzas con todas tus fuerzas a conseguir un ideal prefijado, sólo entonces podrás ver de cuánto es capaz el alma humana con una voluntad firme.



Así podrías prefijarte, como un fin, librarte del mayor defecto que hayas descubierto en ti, cueste lo que cueste. Por ejemplo: antes, en el informe final del año, dos “notas rojas” y cinco “notas azules”. El año que viene proponte sacar solamente “sietes” en todo, por mucho trabajo que pudiera costarte. O también: decide aprender inglés, y a esto dedicarás media hora cada día, pero sin exceptuar ninguno. Y así sucesivamente.


Yo quisiera que todo joven se metiera en la cabeza que puede y debe llegar a ser un hombre grande, sabio, instruido, de carácter firme, mejor que muchos otros innumerables. No digo que llegue a serlo en realidad. Pero si sus anhelos y pensamientos se lanzan siempre como el águila a un fin elevado, seguramente lo alcanzará con más facilidad que si, a modo de golondrina, no hace sino de continuo rozar la tierra.


Acepto sin reservas el lema, que uno de los hombres más ricos, pero al mismo tiempo de los más laboriosos de Norte América, Carnegie, propone a los jóvenes: “My place is at the top” / “Mi puesto está en la cumbre”. Pero no intentes llegar a la cumbre por vía de la protección o a través de la influencia de la familia, sino que con trabajo duro, con el escrupuloso cumplimiento del deber.


Naturalmente hay quien no aprende y no se abre camino, porque es “humilde”, “resignado”, “modesto”. ¡Poco a poco, amigo! La cobardía no es virtud y la pereza no es humildad. La verdadera humildad hace decir al hombre: “Nada soy, nada puedo por mi propia fuerza”, pero añadiendo en seguida: “Sin embargo, no hay en el mundo cosa que no pueda yo hacer si Dios me ayuda”.
Repite con frecuencia la frase preciosa, la súplica exquisitamente tranquilizadora de un santo: “Deus meus, Deus meus! Nihil sum, sed tuus sum” / “¡Dios mío, Dios mío! Nada soy: pero lo que soy, es completamente tuyo”. Rézala muchas veces y verás qué fuerza espiritual tan viva brota de tan sencilla oración.


(Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”, Nueva Edición, 2009)















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