Al mundo no vinimos a "vivir felices", como nos hace creer la cultura consumista, sino a merecernos la felicidad. Y no hay mejor entrenamiento para eso que el matrimonio, porque es la experiencia ideal para enseñarnos a colaborar, a perdonar, a trabajar sin descanso y a compartir con gusto, es decir, a amar. Ser felices no es el resultado de vivir siempre dichosos sino el resultado de servir y dar lo mejor de nosotros a nuestra familia. Pero como eso se nos olvidó, hoy lo que hay es más infelicidad que nunca y cada vez más matrimonios optan por divorciarse debido a que "no somos felices".
Pero divorciarnos no soluciona los problemas conyugales sino que los empeora. Eso de que "él vive tranquilo en su casa, yo en la mía, nos dividimos el cuidado de los niños y así todos felices" no es cierto. Lo que suele ocurrir es que se agravan los problemas existentes y se suman otros más serios. Si los conflictos eran por dinero, ahora serán peores porque hay que sostener dos casas y los gastos se duplican. Si eran por "incompatibilidad de caracteres", serán más incompatibles cuando se vean mutuamente como el enemigo que lo va a dejar sin un centavo. Si eran por falta de comunicación, una vez separados ya no habrá diálogo sino alegatos disputándose quién se queda con qué.
Divorciarse no es la solución ideal que muchos creen, salvo en los casos en que hay tanto malestar en la pareja que la convivencia perjudica a todos, especialmente a los hijos. Peo no es fácil porque cuando los padres no viven juntos tienen el doble de cargas y la mitad de los recursos (humanos y financieros) para darle a la familia. Y los niños pierden mucho porque, por lo general, uno o ambos padres se convierten en Papá Noel y les dan todo lo que piden, no lo que necesitan: presencia, normas y exigencias.
No quiero decir que la mejor opción sea continuar de por vida juntos y desdichados sino que es mejor cambiar de actitud, no de cónyuge. Se necesitan más esfuerzos para acabar la relación que para arreglarla. Y de ahí en adelante todo es más complicado, porque ya no hay que mantener una casa sino dos, lidiar con un cónyuge sino con un "ex" que nos fastidia, ni cuidar a unos hijos amorosos sino tristes y resentidos. Como quien dice, los problemas no se acaban sino que se multiplican y todos salimos perjudicados. ¿No valdrá la pena repararlo en lugar de acabarlo?
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