sábado, 4 de julio de 2020

Aprendiendo de sus hijas

Visite a Mia hace una semana, parece que pasaba o recien paso por un estado de reflexion sobre los sentimientos que una persona cercana le provocaba.

Se le vino a la mente lo que Santa Teresita de Lisieux narraba en sus escritos, acerca de la animadversion que otra monja le profesaba y de como ella se anulaba para disponerse a ser solicita con dicha monja.
 El Señor explica en el Evangelio en qué consiste su mandamiento nuevo. Dice en san Mateo: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen".




La verdad es que en el Carmelo una no encuentra enemigos, pero sí que hay simpatías. Se siente atracción por una hermana, mientras que ante otra darías un gran rodeo para evitar encontrarte con ella, y así, sin darse cuenta, se convierte en motivo de persecución. Pues bien, Jesús me dice que a esa hermana hay que amarla, que hay que rezar por ella, aun cuando su conducta me indujese a pensar que ella no me ama: "Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman". San Lucas, VI.



Y no basta con amar, hay que demostrarlo. Es natural que nos guste hacer un regalo a un amigo, y sobre todo que nos guste dar sorpresas. Pero eso no es caridad, pues también los pecadores lo hacen. Y Jesús nos dice también: "A todo el que te pide, dale, y al que se lleve lo tuyo no se lo reclames

Esta buena ensaladita me la sirven las novicias cuando menos lo espero. Dios levanta el velo que oculta mis imperfecciones, y entonces mis queridas hermanitas, al verme tal cual soy, ya no me encuentran totalmente de su agrado. Con una sencillez que me encanta, me cuentan todas las luchas que les produzco y lo que no les gusta de mí. En una palabra, no se muerden más la lengua que si se tratara de cualquier otra y no de mí, sabiendo que me producen un gran placer actuando así.




Y verdaderamente es más que un placer, es un festín delicioso que me llena el alma de alegría. No puedo explicarme cómo algo que desagrada tanto a la naturaleza puede producir tanta felicidad; si no lo hubiese experimentado, no podría creerlo...



Un día en que deseaba particularmente ser humillada, una novicia26 se encargó de colmar tan bien mis deseos, que me acordé de Semeí maldiciendo a David, y pensé: Sí, es el Señor quien le ordena decirme todo eso... Y mi alma saboreaba con verdadero deleite la amarga comida que le servían en tanta abundancia.



Durante mucho tiempo, en la oración de la tarde, yo me colocaba delante de una hermana que tenía una curiosa manía, y pienso que también... muchas luces interiores, pues rara vez se servía de algún libro. Verá cómo [30vº] me di cuenta.




En cuanto llegaba esa hermana, se ponía a hacer un extraño ruido, parecido al que se haría frotando dos conchas una contra otra. Sólo yo lo notaba, pues tengo un oído extremadamente fino (demasiado a veces).



Imposible decirle, Madre, cómo me molestaba aquel ruidito. Sentía unas ganas enormes de volver la cabeza y mirar a la culpable, que seguramente no se daba cuenta de su manía. Era la única forma de hacérselo ver. Pero en el fondo del corazón sentía que era mejor sufrir aquello por amor de Dios y no hacer sufrir a la hermana. Así que seguía quieta y trataba de unirme a Dios y de olvidar el ruidito...



Todo inútil. Me sentía bañada de sudor, y me veía forzada a hacer sencillamente una oración de sufrimiento.



Pero a la vez que sufría, buscaba la manera de hacerlo sin irritarme, sino con alegría y paz, al menos allá en lo íntimo del alma. Trataba de amar aquel ruidito tan desagradable: en vez de procurar no oírlo (lo cual era imposible), centraba toda mi atención en escucharlo bien, como si se tratara de un concierto maravilloso, y pasaba toda la oración (que no era precisamente de quietud) ofreciendo aquel concierto a Jesús.



En otra ocasión, en la lavandería, tenía enfrente de mí a una hermana que, cada vez que golpeaba los pañuelos en la tabla de lavar, me salpicaba la cara de agua sucia. Mi primer impulso fue echarme hacia atrás y [31rº] secarme la cara, con el fin de hacer ver a la hermana que me estaba asperjando que me haría un gran favor si ponía más cuidado. Pero enseguida pensé que sería bien tonta si rechazaba unos tesoros que me ofrecían con tanta generosidad, y me guardé bien de manifestar mi lucha interior. Me esforcé todo lo que pude por desear recibir mucha agua sucia, de manera que acabé por sacarle verdadero gusto a aquel nuevo tipo de aspersión e hice el propósito de volver otra vez a aquel venturoso sitio en el que tantos tesoros se recibían.



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