martes, 5 de junio de 2012
¿SABES DECIR “NO”?
Sin el arte de decir “no”, es imposible que haya un joven de carácter. Cuando los deseos, las pasiones de los instintos se arremolinan en ti, cuando después de una ofensa, la lava encendida bulle en ti y se prepara a una erupción a través del cráter de tu boca, cuando la tentación del pecado te muestra sus atractivos, ¿sabes entonces con gesto enérgico pronunciar la breve y decisiva palabra “no”? Entonces no habrá erupción. No habrá precipitación. No habrá golpes. No habrá pelea.
César quiso acostumbrarse a no hablar precipitadamente. Pesaba las palabras de antemano, contando hasta veinte en sus adentros, antes de dar una respuesta. Excelente medio. ¿Para qué sirve? Para que nuestro mejor “yo”, nuestra comprensión más equitativa pueda hablar, después de sentirse abrasado por un momento por la llamarada de los sentidos.
Por un espléndido camino nevado se deslizaba un joven en ski. Al final de la colina se abría un profundo precipicio. El joven iba volando hacia abajo, lanzado como una flecha. Pero he aquí que, delante del precipicio, con una técnica admirable, se para de repente y se mantiene ahí en el borde de la cima como una columna de granito. ¡Bravo! ¡Estupendo! ¿Dónde lo has aprendido? “¡Ah! – contesta el muchacho - no he empezado ahora. Al principio tuve que ensayarlo muchísimas veces para detenerme, en las más suaves pendientes”.
También el camino de la vida es una especie de carrera de ski, con innumerables precipicios. Y todos caen y todos van al abismo, si no han hecho prácticas de parase infinitas veces, plantados como columnas de mármol, y responder con un recio y rotundo “no” a las turbulentas tempestades de las pasiones.
El ejercicio de la voluntad no es otra cosa que el prestar una ayuda sistemática al espíritu en la guerra de libertad que debe sostener contra el dominio tiránico del cuerpo. Quien se incline, sin decir una palabra, a cualquier deseo que se asome a su instinto, perderá el temple de su alma y su interior será la presa de fuerzas encontradas. Ahora comprenderás la palabra del Señor: “El reino de los cielos se logra a viva fuerza y los esforzados son quienes lo arrebatan”. (1)
Primera condición del carácter: guerra contra nosotros mismos y orden en el follaje salvaje de nuestras fuerzas instintivas.
Durante la Primera Guerra Mundial se repitió mucho este lema: “La mejor defensa es el ataque”. En efecto, quien empieza la ofensiva lleva gran ventaja. También en el gran combate del alma, conservarás tanto mejor tu carácter, cuanto más y mayores sean tus luchas. Debes atacar día tras día, aunque sólo sea en pequeñas contiendas, al ejército enemigo que tiene sus cuarteles plantados en tu interior, y cuyo nombre es pereza, comodidad, desamor, capricho, glotonería, fiscalización...
Temo que ni siquiera puedas concebir cuán alto ejemplo de propio dominio dio Abauzit, sabio naturalista de Ginebra. Durante veintidós años estuvo midiendo la presión del aire, anotándola cuidadosamente. Un día entró en la casa una nueva empleada, que empezó por hacer “gran limpieza” en la sala de estudio. Llega el sabio y pregunta a la muchacha: “¿Dónde están los papeles que tenía aquí debajo del barómetro?” – “¿Estos señor? Estaban tan sucios que los he quemado, pero los he cambiado por otros completamente limpios”. Pues bien. Piensa lo que tú habrías hecho en semejante caso. Y, ¿qué dijo él? Cruzó los brazos; por un momento pudo adivinarse la tempestad que rugía, y después dijo con sosiego: “Has destruido el trabajo de veintidós años. De hoy en adelante no tocarás nada en este cuarto”.
Prueba, a ver si en cosas menos importantes puedes guardar la serenidad.
¿Sabes por qué fuman muchos muchachos, aunque saben que es una pasión completamente inútil? ¿Porque les “gusta”? ¡Qué va a gustarles! Porque también los otros fuman. ¿Por qué manifiesta con voz retumbante este joven un juicio despectivo en todas las cuestiones? Porque los otros también lo hacen. ¿Por qué es flojo y apático? Porque también los otros lo son.
Se necesita gran vigor espiritual para que te atrevas a defender tu parecer y tus principios de moral, aun en medio de una sociedad de un pensar completamente diferente. Es necesaria una valentía muy rigurosa para que no reniegues ni una pizca de tu convicción religiosa por amor a nadie. Pero a quien le falta esta valentía, es de carácter débil y no puede llamarse joven de carácter.
Sin embargo, hay jóvenes que en el combate, se lanzarían con heroísmo contra todo un pelotón de soldados enemigos, pero se avergüenzan de confesar con valentía sus creencias en medio de la gente por el “qué dirán”. Hay muchos que, a pesar de su alto concepto de moralidad, se divierten con historias indecentes y hasta ellos mismos cuentan algunas, porque “los otros también lo hacen”.
Quien tenga carácter, no preguntará: “¿Cómo habla el otro?... Yo también hablaré de la misma manera”. Quien tenga carácter no mirará: “¿Qué hace el otro?... Yo haré lo mismo”.
La flor abre sus pétalos al rayo del sol de la mañana y no mira qué hacen las demás flores, y baña su cabecita en el caliente mar de luz. ¡De cara al sol! – es lo que dice el joven de carácter. El águila no espía con temor a las demás aves, para ver si también ellas le siguen hacia arriba, sino que se lanza a las alturas serenas y puras, de cara al sol. "Ad astra", “hacia arriba”, debe ser también el lema del joven de carácter.
Es una suerte si puedes pronunciar, cuando es necesario, el “no” enérgico.
¡No! – debes decir a tus compañeros cuando ellos te incitan a cosas prohibidas.
¡No! – debes gritar a tus instintos, cuando ciegamente te abruman.
¡No! – debes gritar a todas las tentaciones que adulando, quieren envolverte en sus telarañas.
(Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”, Nueva Edición, 2009)
(1) Mt 11, 13
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