martes, 12 de junio de 2012
TESTIMONIO DE UN JOVEN QUE SABE DECIR "NO"
Fragmento de un diario
Copio algunas líneas del diario de vida de un estudiante de segundo medio, de la capital. Verás en ellas dos tipos: el uno, ligero, holgazán, que se deja llevar por la corriente que le arrastra, y el otro, que con carácter de acero, sabe pronunciar el “no”.
“Ayer fui a visitar a Gamarza; pero creo que pasaré mucho tiempo sin repetir la visita. Martínez también insistía, y tanto me insistía, que accedí por fin, aunque, Dios sabe por qué, hace ya tiempo que me siento alejado y extraño a él. Sobre todo desde que al final de una clase de religión dijo cínicamente a los muchachos: “La religión es para los niños, no para los jóvenes”.
Antes de todo tengo que decir algo de su pieza. No es posible ver tanto desorden, ni en pleno mercado. Toco el timbre. Un empleado abre la puerta: “El señorito está estudiando en su cuarto. Sírvase pasar...”.
En las habitaciones todo delata la riqueza y el bienestar: grandes cuadros en las paredes, alfombras persas cada una más bonita que la otra cubriendo el suelo.
Toco a la puerta del “señorito”. Parece que debe estar muy concentrado estudiando, porque no se oye respuesta alguna. Abro la puerta en silencio. Está tumbado nuestro amigo Gamarza sobre un número de una revista de deportes, pero duerme. Debajo de la revista está el libro de historia, abierto, para que en caso de que entrara su papá, pueda hacer rápidamente el cambio. En este momento no lo habría logrado...
Antes de despertar al “estudiante” aplicado, paso una rápida mirada a su pieza. Sobre el escritorio están dispersos los siguientes “instrumentos de trabajo”: un trozo de pelota de fútbol, que alguna vez se usó, perforado y manchado en tinta; a su lado una sierra de las que usamos en las clases de manualidades, un bombín para inflar las ruedas de alguna bicicleta, y un solo guante. Además, cerca del escritorio, veo un computador y un poco más allá un televisor. Luego veo una regla que ha sufrido el vandalismo del cuchillo, una goma y unos videojuegos, después del cuaderno de matemáticas. En otra parte una pistola a fogueo, un sacacorchos, un encendedor y la mitad de un diccionario; la otra mitad está debajo de la mesa.
A derecha e izquierda, diferentes libros: el Quijote, de Cervantes; Sub-Terra, de Baldomero Lillo, algunos tomos de Pablo Neruda y por último El Cuervo, de Edgar Allan-Poe, mezclados, en el mayor desorden. En medio de todos, por aquí y por allá, asoman los libros de álgebra y de gramática inglesa. Un trozo de lápiz que conserva las huellas de los dientes y cuatro boletos del bus urbano completan el paisaje. Y en medio de todas estas cosas, Gamarza duerme con tranquilidad. “¡Dios mío – se me ocurrió -, si el interior de este muchacho será también tan desordenado!”
Pero en esto ya se había despertado. Con un movimiento instintivo agarró la revista para cambiarla por el libro de historia; pero en cuanto notó, que no era su papá el que entraba, con refinada elegancia me tendió la mano:
- ¡Ah! ¿Eres tú? ¡Hola! ¡Hola! Siéntate. Enciende. Son egipcios auténticos – y con movimiento elegante sacó del escondite de un cajón, un puñado de cigarrillos.
- Gracias. No fumo. ¿A ti te dejan? ¿Quién te los ha dado?
- Los tomé de los de mi papá... es decir... me los dio... mejor dicho... de ahí vienen. ¿Tú no fumas todavía? ¡Qué santito eres! Natural; así son los niños; todavía no hacen lo que “no está permitido”.
Algo hervía en mí, pero me vencí y contesté con tranquilidad:
- Ciertamente, lo que mis padres me prohíben, no lo hago. Hasta ahora, siempre he podido convencerme de que tenían razón. Pero no es sólo por no tener permiso que no fumo, sino también por convicción. Y soy consecuente con mis convicciones.
Después empezó a hablar de su veraneo, de su motocicleta. Contó además muchas cosas necias y hasta llegó a soltar chistes de muy mal gusto, a pesar de ver bien claro que yo no me reía. Pero en cuanto sacó de sus libros, fotografías de mujeres casi desnudas y empezó a presumir de sus conquistas, me levanté y lo dejé plantado. La ira que hace tiempo ardía en mí, se desbordó y fue una muestra de dominio de mí mismo no decirle más que esto: “Pero, yo creía que me habías invitado a pasar un rato de sano y honesto entretenimiento...”.
Después de esta triste visita tuve que buscar la frescura del aire libre. Una fuerza inexplicable me empujaba hacia el aire puro de una noche serena. Era una noche de invierno, las estrellas parpadeaban con una luz fría. Me paseaba solo de abajo arriba, cuando mi alma intranquila se levantó hacia el cielo y, como en un rezo, exclamó: “¡Oh, estrellas! Ustedes son puras, resplandecientes y nítidas en su luz. ¡Cuánto barro en la tierra y qué míseras las almas!... y fui errando largo rato con mis pensamientos absorto en las purezas eternas.
Esta es la historia de mi primera visita a Gamarza; pero lo tengo por seguro que no se repetirá...”.
(Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”, Nueva Edición, 2009)
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