viernes, 2 de noviembre de 2012

LA MUERTE DE JESÚS EN EL EVANGELIO DE MARCOS (Marcos 15,33-39; 16,1-6)

 (Marcos 15,33-39; 16,1-6)


El relato de la muerte de Jesús en el evangelio de Marcos es de una densidad teológica impresionante. Desde el mediodía hasta media tarde, en el momento en que Jesús muere, las tinieblas cubren la tierra (v. 33). Para algunos autores, esta oscuridad simboliza la dimensión cósmica y escatológica de la muerte salvadora de Jesús; para otros, en línea más profética-apocalíptica es un signo premonitor del juicio divino; otros opinan, probablemente con más razón, que las tinieblas son símbolo de la presencia oculta de Dios, Señor de la luz y de las tinieblas (cf. Is 45,7; Sal 139,11-12). Dios estaba en la cruz de Jesús (luz), aunque Jesús no percibió su presencia (tinieblas). Es la paradójica revelación de la cruz: Dios se hace presente como ausente.

A media tarde Jesús grita: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” (v. 34). Por una parte, expresa su dolor por sentirse abandonado por Dios. En la Biblia, ser abandonado por Dios es reconocer que Dios no ha intervenido para salvar. Dios no ha auxiliado a su Hijo en el momento extremo de la muerte. Al mismo tiempo, Jesús proclama su confianza ilimitada invocando a Dios en medio de aquel silencio aterrador: “Dios mío, Dios mío”. Jesús grita su angustia como diálogo con Dios y su dolor lo expresa en una oración que proclama su infinita confianza.

Su grito es, por una parte, reconocimiento del abandono; por otra, reconocimiento de la presencia del Dios que parece ausente. Experimentar a Dios como ausente es también una forma de relacionarse con él. La relación de Dios con Jesús no se interrumpe, aun cuando Dios parece desaparecer. Jesús muere con una fe perfecta, abandonándose sin reservas en Dios su Padre, en medio de la oscuridad de la muerte y con un “por qué” sin respuesta en sus labios. Una respuesta anticipada al misterio de esta muerte, se escucha en los labios del centurión: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (v. 39).

El día de pascua, cuando las mujeres entran al sepulcro, descubren que Jesús no está allí. Ha ocurrido algo que escapa a los sentidos humanos y al control del hombre. Por eso es necesario escuchar una palabra del cielo, porque sólo Dios puede revelar el evento: “No tengáis miedo. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí, ved el lugar donde lo pusieron “ (v. 6). Este es el fundamento último de nuestra fe: el condenado y crucificado es el Viviente, el que ha muerto en un gesto de obediencia al Padre y de amor a sus hermanos los hombres vive por siempre y es el dador de vida. Y quienes viven en comunión con él y le siguen por el camino del evangelio, participan con él de su muerte y también de su resurrección: "Yo soy la resurrección. El que cree en mí aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás" (Jn 11,25-26).


+Mons. Silvio José Báez, o.c.d.
Obispo Auxiliar de Managua



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