En el alma, pues, hay una lucha continua entre el bien y el mal. En cierta edad, en los años del desarrollo, esta lucha es extremadamente ruda; más tarde se atenúa un poco; pero nunca podemos decir que ya ha llegado a su fin.
¿Quién lucha en nosotros y contra quién?
Apenas tenías cinco o seis años, y ya sentiste los primeros movimientos del enemigo. Sentiste algo en ti que te empujaba hacia el mal. Un peso de plomo, que te hundiría en el abismo, sin fondo, de la ruina moral. Una terrible herencia, que nuestra religión cuenta entre las consecuencias del pecado original y le llama: inclinación al mal.
Esto, hijo amado, es conveniente que lo sepas. Debes saber que, por su naturaleza, el hombre se inclina más al mal que al bien. Esto lo conoces de sobra por tu propia experiencia.
¡Cuántos obstáculos se levantan en el camino de la formación ideal de nuestro carácter! Conocemos aquellos ideales sublimes que Nuestro Señor Jesucristo fijó a la vida humana, y por lo tanto también a mi propia vida; sentimos entusiasmo por sus divinas enseñanzas, quisiéramos vivir según ellas…
Pero, ¡ay…! Observo al mismo tiempo dentro de mí un persistente choque, trágico y pavoroso. El bien agrada; pero el pecado tiene aún más incentivos. La vida ideal me atrae hacia las alturas, pero el pecado tira hacia abajo. Me gustaría subir volando a las cimas nevadas de la vida ideal, pero la tentación del pecado ya me abruma con peso de plomo. Dime, hijo, ¿nunca tal vez has visto en ti esta gran lucha, este combate, esta guerra sin cuartel, que un niño de primera enseñanza, en su lenguaje ingenuo expresó de esta manera?: “¿Cómo es tan bueno el ser malo, y tan malo el ser bueno?”.
Pues bien, hijo mío, el que en esto triunfa, es un joven heroico.
¿O es que hay jóvenes no heroicos? Por desgracia ¡los hay! Y, ¡cuántos! Va un estudiante por la calle y el otro le pincha… ya le levanta el puño y empieza la riña: no es héroe; sólo aquel que sabe refrenar su naturaleza, sus malas inclinaciones, es héroe.
Es héroe quien vuelve la espalda, si al ir por la calle choca su mirada con un anuncio de mal gusto o con un cuadro inmoral de alguna vitrina.
Si has ofendido a alguien, ¿sabes pedirle perdón inmediatamente? Es heroísmo muchas veces.
Por más que te seduzca el pecado, ¿sabes permanecer firme en el honor? ¡Esto es heroísmo!
(Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”, Nueva Edición, 2009)
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