martes, 4 de septiembre de 2012

Y, ¿SIN SACRIFICIOS?




Bien, ¡todo esto es muy hermoso! ¡Tener carácter! También yo quiero tenerlo. ¡Llevar una vida ideal! También yo lo deseo. Pero, ¿no habría para esto un camino más fácil? ¿No hay de veras más que este único camino para llegar a tener carácter? ¿No sería posible alcanzarlo más barato, sin sacrificios?


No; aquí no se puede regatear. “Quien quiera venir en post de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”, dice Nuestro Señor Jesucristo (Mt 16, 24). Quién quiera estar con el Señor, en su reino celestial, no ha de abandonarlo a Él, ni siquiera en el camino pedregoso de la cruz.

Pero dime, amado hijo, ¿qué cosas hay ahora en el mundo que se den “gratis”? Nada, absolutamente nada. Mira cómo sufren los hombres, cómo trabajan por su efímera vida terrena, haciendo día de la misma noche. Y tú, ¿quisieras lograr precisamente tu gran tesoro, tu carácter, completamente “de regalo”?

“¡Qué bien estás!”, suspira alguno que otro joven al contemplar a su amigo en el goce de las diversiones. ¡Qué bien hallado está quien toma la vida ligeramente! ¡Cuántas alegrías debe tener aquel muchacho que sólo baila y se divierte...!

¡Cuán engañado andas, hijo! Si pudieses penetrar con tu mirada en un corazón que sólo salta en pos de los placeres terrenos, ¿qué cosas descubrirías en él? Tú crees hallar allí alegría, satisfacción, y no hay más que vacío o una sonrisa forzada. Tiene razón la Sagrada Escritura: “Los impíos son como un mar alborotado” (Is 57, 20). Son el juguete de la tempestad de las pasiones y su alma queda nublada, aun cuando el huracán les deja un poco de regocijo.

Mira qué opinión tiene en este punto un célebre filósofo inglés, John Stuart Mill: “De quien nunca se priva de una cosa lícita, no se puede esperar que rehúse todas las prohibidas. No dudamos que llegará tiempo en que se acostumbre a los niños y a los jóvenes a la ascética sistemática, al ejercicio de la abnegación, y, como en la antigüedad, se les enseñe, cómo han de negar sus deseos, cómo han de afrontar los peligros y cómo han de sufrir dolores por su propia voluntad”.

Por esto la religión católica establece la abnegación, el ejercicio de la voluntad, la austeridad.

¿Austeridad? “¡Uf!” – piensas. Es porque te han llenado la cabeza con que la austeridad o ascética significa mortificación, extirpación de las alegrías de la vida.

Pues, mira. El significado originario de la palabra “ascética” (del griego ascesis), es “elaboración fina”. Los griegos entendían por tal aquella vida de preparación, de pulimento y de sacrificio, con que se disponían los atletas al certamen, para poder aprovechar en el grado más elevado las fuerzas latentes de su cuerpo.

También el carácter es el resultado de una lucha, de un combate, de un certamen. La fina elaboración de nuestro propio ser, no brindará buen resultado sin ejercicio, y nuestra religión sacrosanta ordena precisamente la práctica del sacrificio para darnos ayuda en la educación de nuestra alma.

Sin sacrificios y abnegación, no hay éxito grande en esta tierra. Y tú, ¿quisieras llegar en tren de lujo al mayor de los éxitos: la nobleza de carácter?

Ya sabes, cuando alguien se prepara para el campeonato, el entrenamiento debe tener dos direcciones. Por una parte ejercitarse día tras día, hasta el agotamiento.

Supongamos, que va a tomar parte en un concurso de remo. Se levanta al alba. Se encamina a pie hasta el club de regatas. Se sienta en la canoa y rema y suda todos los días. Curtido por el sol, sudando a mares, quebrantado, sale después de tres horas, para empezarlo todo de nuevo al día siguiente, y en los días sucesivos, semanas y semanas.

Por otra parte lleva una vida muy moderada y se abstiene de todo placer. Casi no se atreve a comer mucho para mantenerse en buen estado físico. No puede fumar. Le están prohibidas las bebidas alcohólicas. Todas las noches debe acostarse temprano.

Y, ¿para qué toda esa abnegación? Por una medalla de plata y por la gloria de ser campeón. Y a ti, ¿te pesa la lucha para conseguir el carácter?

Y fíjate: hay otro pensamiento interesante. En la vida todo el mundo debe hacer sacrificios; la diferencia consiste tan sólo en el motivo del porqué se hace. ¿Conoces, por ejemplo, algún avaro? ¡Cuán miserablemente vive, cómo cuenta los últimos céntimos! Casi no come, su vestido es harapiento, no se atreve a dar un paseo para no deteriorar sus zapatos. Ahoga todos sus deseos; vive sin alegría y sin amigos. Y todo esto, ¿para qué? Para amontonar fortuna. El avaro sacrifica su personalidad, su alegría, su honor por el dinero. ¡Nadie diga que esto no es sacrificio! Pero, ¿no valdrá la pena realizarlo por fines más elevados, mil veces más nobles?

Mira al codicioso. ¡Cuánto corre! Está de pie desde la mañana hasta la noche, no tiene un momento de descanso. ¿Por qué? Por el dinero.

Mira al vanidoso. ¡Con qué atrevimiento pone en juego hasta su misma vida, con tal de alcanzar celebridad!

¡Cuántas noches pasa sin dormir, cuánto se mueve, cuánto suda el que va de fiesta en fiesta! ¿Podría sacrificarse sólo una mitad para ayudar a su prójimo?

“En todo hombre hay un santo y un criminal” – dijo el orador francés, Lacordaire. El criminal va adquiriendo fuerzas en tu interior por sí mismo, y crece aunque no lo cuides. Pero si el santo ha de adueñarse de ti, es necesaria una labor perseverante y dura: la educación de sí mismo.

Ciertamente, sin lucha, no adelantarás un paso. Quien desea labrar una estatua, ha de quitar mucho del tosco bloque de mármol; y quien quiera moldearse a sí mismo y hacer una obra maestra de su persona, ha de pulirse sin descanso.

Una hermosa estatua no se labra en breve tiempo; pero aún es más difícil dar la última mano al carácter. Para ello se necesita un trabajo perseverante y metódico. Adopta tú también el lema de Carlos V: “Plus Ultra” “¡Aún más!” ¡Aún más allá!

Le preguntaron a Zeuxis por qué trabajaba con tanta diligencia en sus cuadros. “Porque trabajo para la eternidad” – contestó. Amado hijo, tú trabajas de veras para la eternidad cuando pules tu alma. Y, ¿encontrarás excesivo el trabajo?

(Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”, Nueva Edición, 2009)



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