martes, 25 de septiembre de 2012

JUDITH 15,8-14;16,13-14

Dios se ha complacido en lo que ha hecho.


Judit 15, 8-10.14; 16, 13-14

En aquellos días, el sumo sacerdote, con el Consejo de ancianos y los habitantes de Jerusalén, vinieron a contemplar los bienes que el Señor había hecho a Israel, y a ver y saludar a Judit.

Llegando a su presencia, todos a una voz la bendijeron diciendo: “Tú eres la gloria de Jerusalén, tú eres la alegría de Israel, tú eres el orgullo de nuestra raza. Al hacer todo esto por tu mano, has procurado la dicha de Israel, y Dios se ha complacido en lo que has hecho. ¡Bendita seas del Señor omnipotente por los siglos infinitos!”.

Y todo el pueblo respondió: “¡Amén!”.

Judit entonó, en medio de Israel, este himno de gracias, y todo el pueblo repetía sus alabanzas: “Cantaré a mi Dios un cantar nuevo. ¡Tú eres grande, Señor, eres glorioso, admirable en poder e insuperable! Sírvanle las criaturas todas, pues hablaste tú y fueron hechas, enviaste tu Espíritu y las hizo, y nadie puede resistir a tu voz”.

Palabra de Dios.


REFLEXIÓN


Una mujer que en todo momento supo estar a los pies del maestro

El texto de Judit expone la bendición que ella recibe tanto del pueblo como de los principales del pueblo. La alabanza es hermosa y tiene que ver con la gloria, alegría y orgullo de un pueblo por uno de sus miembros valientes y decididos. Cuando las cosas se hacen buscando el querer de Dios, entonces el resultado es la alabanza y el reconocimiento de que Dios se complace en las obras realizadas por sus criaturas. Así sucede también con María, Dios se complace en ella, en su humildad, en su valentía y en todo su actuar. Como María sepamos también nosotros acoger su palabra, realizar las obras de justicia que la palabra nos inspire y elevemos como Judit y María nuestro himno de alabanza el Dios creador y Señor de todo.

Del texto de san Juan extraemos la entrega que Jesús hace de su madre al género humano y la acogida pronta de Juan, en quien estamos representados todos si escuchamos la voz del Señor. Discípulo es quien, a los pies del maestro, escucha su enseñanza y la hace vida en toda su existencia; pero, más todavía, es discípulo el que escucha al maestro a los pies de la cruz y cumple con prontitud su palabra, como Juan que desde aquel momento acoge a la madre de Jesús en su casa. Al celebrar a María no sólo sintamos el gozo de una madre que acompaña el caminar, sino de una mujer que supo cumplir hasta el final la palabra que había escuchado.

¿Sabemos reconocer y alabar las obras que hacen los otros en nombre de Dios? ¿La escucha de la palabra de Jesús nos motiva a actuar con prontitud y decisión?

La devoción a la Virgen María, bajo la advocación de la Merced, se desarrolló desde los albores de la evangelización de América Latina, gracias a la labor de la Orden Mercedaria.

En el Ecuador, la Virgen de la Merced ha sido invocada con gran fervor desde el tiempo colonial hasta nuestros días, pasando por los de la independencia, y especialmente con ocasión de los movimientos telúricos.

En 1851 la Convención Nacional reconoce a la Virgen de la Merced como patrona y celestial protectora de la ciudad de Quito. En 1861, la Nueva Asamblea extiende ese Patronato a toda la república, afianzándose particularmente la devoción en las provincias del litoral ecuatoriano, por lo cual ha sido declarada especialmente patrona por la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.







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