miércoles, 19 de septiembre de 2012
QUIEN SE LEVANTA DE MAL HUMOR
También el alma tiene sus caminos atmosféricos. Algunas veces te inunda un océano de luz, de alegría; otras veces, sin saber tú mismo por qué, te agobia una niebla pesada, húmeda. Hoy te cunde el tiempo, tienes un buen día. Mañana basta un chubasco, el más leve contratiempo, un malestar pasajero, para ponerte de mal humor. “Se ha levantado de mal talante”, dicen los otros. “Estoy de mal humor”, repites tú mismo.
No hay duda. El humor no depende de nosotros, por lo tanto no somos responsables. Pero en cambio, de nosotros depende hacer todo lo posible para adueñarnos de nuestro mal humor y no dejarnos llevar en el cumplimiento de nuestros deberes a merced del humor, bueno o malo. Sí. Cuando estés de buen humor, aprovéchalo; entonces te será mucho más fácil el trabajo. Pero si sólo estudias cuando estás de buen humor, no harás nunca un trabajo minucioso. Y sobre todo, ¿qué será de ti más tarde, cuando te descuides en tus obligaciones oficiales, con el pretexto de que no tenías humor para ellas? Por tanto, quien no tiene ganas de hacer tal o cual cosa, sáquelas de donde pueda. Debe obligarse a sí mismo a trabajar. De buen grado o de mal grado. Lo mismo da. “Es mi deber, lo cumplo y en paz”.
“Pero – preguntarás acaso - ¿para qué sirve trabajo semejante?” ¿Para qué sirve? Tendrá el valor enorme de acostumbrarte al cumplimiento del deber. Y así, no será el humor dueño de tu voluntad, sino tu voluntad quien domestique al humor.
Aún más: hay que ser dueño del humor no sólo en el trabajo, sino aun en las relaciones sociales y en el modo de proceder. Aun estando de mal humor, no debes hacerlo sentir a los que te rodean ni mostrarlo con enfados, con cara larga, con descontento. ¡Cuántas veces tuvieron que arrepentirse los hombres, de palabras ofensivas y acciones precipitadas que cometieron sin premeditación, bajo la influencia de su mal humor! ¡Cuántas veces se nos escapan frases no pensadas, de las que sólo más tarde vemos cuán ofensivas eran para otros! “¡Dios mío! Pero yo no quería. No pensaba en las consecuencias que se pudiesen seguir”. Sí, sí; pero el pesar ya llega tarde.
La verdadera grandeza espiritual del hombre se muestra en las pruebas, en el peligro, en la desgracia. No desconfiar en medio de la desgracia; plantarse con la frente erguida de cara al mal y no abandonarse al desaliento, es virtud tan sólo del roble, de la roca y del alma grande. Lo mismo sucede en la lucha contra el mal humor.
En las oscuras profundidades del gran océano, donde nunca bajó un rayo de sol; donde la Naturaleza pierde el color; donde la temperatura está continuamente cerca de cero; donde el aire contenido en el líquido elemento es de poca densidad; donde el peso de la mole inmensa de agua viene a ser abrumador… en el ambiente lóbrego de este desolado cementerio, ¡es curioso el caso!, viven unos peces luminosos. De la energía radiante del sol, de la fuente de la luz, nada puede llegar a estos abismos, donde la eterna noche aterradora lo envuelve todo; ve ahí, que la sabiduría del Dios creador proveyó magníficamente hasta este lugar oscuro creando peces que, con su propio cuerpo, van haciendo de linterna. En los costados de algunos hay glándulas que brillan, como perlas; hay otros, que sobre su cabeza, tienen una especie de lente que junta la luz de las glándulas y a manera de reflector potente, la despide después multiplicada en el seno de las tinieblas. Hasta en el abismo más oscuro del océano vibra una vida inundada de luz, de destellos.
Si tienes orden en tu alma, nunca has de estar de mal humor, sombrío, desalentado. No te levantes jamás, “de mal talante”. Procura tener un humor jovial, expansivo, capaz de entablar una conversación con los pajarillos, y vence así tu mal temple. Y trata de ser sobre todo, fuente de vida, de alegría, de luz, de sol, cuando la tristeza, las dificultades económicas y las millares de preocupaciones de la vida penetran en tu hogar y echan acaso su velo negro sobre el alma de tus mimos padres.
"Post tenebras spero lucem" “Después de la lobreguez llegará la luz” (Job 17, 12). Después del mal tiempo brillará el sol.
(Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”, Nueva Edición, 2009)
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