lunes, 22 de octubre de 2012

FRENTE A LA SUERTE

En el retrato de todos los grandes hombres se podrían inscribir estas palabras: “Supo querer”. A Santo Tomás De Aquino le preguntó su hermana: “¿Qué he de hacer para alcanzar la salvación eterna?” “Querer” – fue su lapidaria respuesta.


El joven no debe acobardase desalentado ante las dificultades, sino que debe mirar de frente los obstáculos que le cierran el paso. Por más nublado que esté el cielo, llega a salir el sol. Y por más crudo que sea el invierno, ha de llegar un día la primavera.

Los jóvenes nunca tienen que sentirse derrotados. Para los jóvenes, el trabajo, para los viejos, el descanso. Pero no desmayes jamás. Y adelante, con valentía, contra las dificultades. Muchas veces nos imaginamos las empresas mucho más difíciles de los que suelen ser. Y sin embargo, lo dice muy bien un proverbio inglés: “Nunca llueve tan fuerte como parece desde la ventana”.

Mira cuán sabiamente pensaba ya el pagano Séneca en este punto: Adversarum ímpetus rerum viri fortis non vertitanimun (1) “La desgracia no quebranta al hombre valiente”. Calamitas vistutis occasio est (2) “La desgracia es ocasión para la virtud”. Ignis aurum probat, miseria fortes viros (3) “El fuego sirve de prueba al oro, la miseria a los hombres fuertes”.

La historia de los grandes hombres ofrece en abundancia ejemplos muy alentadores. Hubo muchos que parecían tener conjuradas contra sí todas las fuerzas. Miles y miles de obstáculos se levantaban contra sus planes; pero ellos opusieron con noble ardor su voluntad de acero al sinnúmero de dificultades y vencieron. Donde la primavera es continua y la naturaleza siempre benigna, los hombre son indolentes y sin energías.

Ya he recordado antes qué calvario hubo de sufrir Cristóbal Colón yendo y viniendo con su plan por las cortes de Europa durante dieciocho años y cuántas intrigas se movieron contra él. Y gracias a su entusiasmo ideal, a voluntad tenaz, pudo vencer por fin todos los estorbos y emprender su gran viaje. ¿Sabes cuántos años tenía entonces? Cincuenta y ocho. Otros a esta edad ya se jubilan. Él, sólo entonces, puso mano al gran ensueño de toda su vida.

Beethoven, el gran músico, estaba casi completamente sordo cuando compuso su obra más excelsa, su obra maestra.

Moisés, el gran libertador de los judíos, no sabía hablar sino con dificultad; pero con la ayuda de Dios y con el humilde reconocimiento de su flaqueza, se hizo jefe del pueblo.

Por lo tanto, ¡no seas pesimista! No digas: “En vano emprendo cualquier asunto, nací con mala estrella, nada me sale bien”. No digas, como muchos: “A quien tiene suerte, hasta su buey le da terneros, y el desgraciado siempre se rompe la cabeza”. Si te persigue la mala suerte, encárate con ella y no cejes. No te cruces de brazos.

“¡Es la suerte patrimonio de los tontos!” Con esto suelen consolarse los perezosos y fracasados queriendo decir así: “Yo, en cambio, soy muy listo”. Los hombres son tan vanos, que siempre suelen echar a otro la culpa de su desgracia, cuando se deberían culpar a sí mismos.

Escucha cómo se lamenta el perezoso, si un condiscípulo aplicado se sabe bien su lección: “Claro está. Ayer recibió un pago el señor profesor. ¡Ah!, ¡Si nosotros tuviéramos pagos que regalar!...”. Pero no reconocerá nunca que el otro es diligente y por esto adelanta, mientras que él es perezoso y por esto se queda rezagado.

Escucha las quejas de un comerciante contra su compañero: “¡Claro está; tiene ya dura la piel! Mientras no sienta titubeos ante los fraudes grandes o pequeños, ante un engaño…”. Pero nunca concederá que el otro es quizás más diligente, más hábil y tiene menos pretensiones que él; no admite que el otro se abra camino, no por medio del pecado, sino por la virtud, con ánimo tenaz en el trabajo, con habilidad, con fuerza incansable, con previsión; y que él fracasa, no porque sea honrado, sino porque además es inhábil, cómodo, tal vez porque despilfarra las cosas con ligereza y no se preocupa de su negocio.


(Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”, Nueva Edición, 2009)

(1) Prov. 2.
(2) Prov. IV. 6
(3) Prov. V. 8



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