“Lo he intentado todo… en vano”
Muchos de desalientan y descorazonan, porque no distinguen entre el serio querer y el simple desear. Muchos jóvenes se quejan: “¡Cuántas veces he querido corregirme! ¡Cuántas veces esto, aquello!, pero ¡en vano!, no lo he logrado”.
Y es que no lo quiso, no lo intentó: sólo se lo imaginó: que sería así o asá. “Quisiera enmendarme…”, pero nada hizo para ello. Hay una diferencia enorme entre el “quisiera” y el “quiero”. El primero es un soldado pintado, nadie se asusta de él, mucho menos le temen tus defectos. El otro es un poder vencedor del mundo, capaz de triturar todas tus faltas.
En una hermosa tarde de primavera, un estudiante trabajaba junto a la ventana de par en par y de repente se posó en su mesa un coleóptero. ¡Pobre animalito! Se cayó y quedó patas arriba. El muchacho comenzó a observarlo. ¿Qué hará? Se revolvía, movía las patas, se meneaba, se debatía, pero no podía ponerse en pie. Es el “quisiera”. ¡Ah!, sí; si me quedo tendido me moriré de hambre; quizás me pisoteen. Luego con gran esfuerzo abre las dos alas, sobre las que había quedado tendido, saca sus rojizas alas membranosas, zumba, se mueve de nuevo… Ya se vuelve a un lado…, bien…, adelante…, es necesario, preciso, porque si no, me muero…; por fin ya está en pie…, y en el mismo instante ya vuela, triunfante, hacia las alturas, hacia nuevos horizontes. Es el “quiero”. El coleóptero se ha ido, pero de él puedes aprender cuál es la diferencia entre los lamentos del “quisiera” y el acento triunfal del “quiero”.
“Lo he intentado, ¡en vano!” No te enfades si lo digo sin rodeos: no es verdad; no lo has intentado. Te lo imaginabas tan sólo… “quizás o estaría mal probarlo”. Eres uno de los muchos que sólo son hombres a medias, ¡son tan numerosos en el mundo!, que no se atreven a dar inexorablemente con puño de acero en el núcleo vital de sus pasiones, sin lo cual nadie puede librarse de la estrecha jaula de los deseos instintivos.
“Lo he intentado”. Pero entonces, ¿por qué seguías mirando de reojo el fruto vedado que querías despreciar? Lo sabes. Por una triste experiencia sabes muy bien, cuán amargo gusto dejaron estos frutos en tu boca; y, a pesar de todo, te pesa dejarlos. ¿Por qué ibas cediendo un poquito, pero algo cada día, de tus buenas resoluciones, concebidas con noble entusiasmo?
¿Habría descubierto Colón América, si hubiese dado entrada al menor desaliento por el fracaso de sus primeras tentativas? ¡Cómo iba pordioseando de país en país, en busca de ayuda económica para su viaje! Se reían de él por todas partes, lo tenían por aventurero, por visionario, pero él se aferró resueltamente a sus propósitos. Tenía bastantes motivos para creer que, más allá del continente conocido no podía ser todo mar, sino que debía de haber más tierra; y emprendió el gran viaje, cuando sus contemporáneos pensaron que no lo verían más.
Ni tam difficile, qod non solertia vincit, “No hay obstáculo que no se pueda vencer con habilidad”.
Escoge la frase que tiene el escudo de Seeland, una provincia de Holanda. Este trozo de tierra, en su mayor parte, está por debajo del nivel del mar. Debe luchar continuamente contra las aguas. El océano llegó a cubrirlo varias veces, y, a pesar de todo, en sus armas ostenta las palabras de triunfo: Luetor et emargo “He de luchar, pero siempre quedo a flote”.
(Mons. Tihamér Tóth, “El Joven de Carácter”, Nueva Edición, 2009
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